En junio de 2022, apenas transcurridos cuatro meses desde la invasión rusa, la UE concedió a Ucrania el estatuto de país candidato. Una decisión de alto calado geopolítico que se revalidó en diciembre de 2023, bajo la Presidencia española del Consejo Europeo, con la apertura de las negociaciones de adhesión con Kiev. Ampliación y profundización son dos vectores indisociables del proyecto de integración comunitario, y la entrada de Ucrania pondrá a prueba sus costuras institucionales, presupuestarias y comerciales. En este contexto, analizamos el mayúsculo reto que el potencial agroexportador ucraniano comportará para nuestro sistema agroalimentario.
La adhesión de Ucrania, hoy por hoy, no deja de ser un objetivo condicionado a cómo y cuándo se logre un acuerdo de paz con garantías con la Federación Rusa. De culminar con éxito marcará un punto de inflexión en el devenir del proyecto de integración, dando el espaldarazo definitivo a una Europa geopolítica. Representará igualmente un gran desafío financiero, por su retraso socioeconómico y las facturas de su reconstrucción y desminado. Asimismo, obligará a refundar la arquitectura de la Unión y a revisar el diseño de políticas comunes como la agrícola, la de cohesión, la de competencia y la comercial.
En estas páginas nos centraremos en los aspectos agrocomerciales de la adhesión, un punto clave tal como reconoce la Visión sobre el futuro de la Agricultura y la Alimentación que la Comisión publicó el 19 de febrero pasado. En este documento se resalta la fuerte dependencia exterior que la Unión hoy padece en proteínas, “lo que hace que nuestro sistema alimentario sea vulnerable a las fluctuaciones del mercado mundial y esté expuesto a riesgos de sostenibilidad”. Y enfatiza: “la ampliación de la UE traerá oportunidades de aumentar su resiliencia, con el objetivo de mantener y ampliar la capacidad de producción y exportación, tanto en los Estados miembros actuales como en los futuros, reforzando así la autonomía estratégica y el peso de la UE en el comercio agroalimentario mundial”.
Estos párrafos se refieren implícitamente a Ucrania, por el alto potencial productivo y exportador de su sector primario que, tras la agresión rusa, se ha consolidado como la tercera fuente de suministro de productos agroalimentarios de la UE por un valor de 13.000 millones de euros en 2024. Este flujo se concentra en tres productos: semillas oleaginosas y proteaginosas (en ascenso, por un valor de 3.100 millones de euros en 2024), aceites vegetales (igualmente al alza, por un montante de 3.000 millones de euros) y cereales (la partida más importante, pero que en 2024, debido a la caída de los precios, disminuyeron un 12 % en valor, hasta los 4.500 millones de euros, aunque aumentaron un 6 % en volumen).
De esta guisa, Ucrania se ha consagrado como el primer proveedor de la Unión de maíz y de aceites de girasol y de soja, y como el segundo suministrador de colza. Lo que contrasta con su pérdida de peso comercial a nivel mundial, donde ha quedado relegada a la decimoctava posición del ranking agroexportador a causa de la pérdida de capacidad productiva, el replanteamiento de las rutas de exportación (provocado por el conflicto) y las generosas concesiones agrocomerciales otorgadas por la Unión. [...]
Texto: Albert Massot Martí, investigador-administrador retirado del Parlamento Europeo