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En Imágenes

Lumes, huellas de la cultura campesina gallega

Golondrina pintada
Uno de los collages del libro-arte Notas libres
Las residencias artísticas en el rural
Intervención de Coco Escribano en Valdetorres
Música y fiesta
Mobiliario colorista
interpelación artística sobre la despoblación

“Hogar: sitio donde se hace la lumbre en las cocinas, chimeneas, hornos de fundición, etc.”. Es la primera acepción de hogar en el diccionario de la RAE, y también la menos usada: ya casi nadie relaciona lumbre con el lugar que se habita. Quizá por eso, cuando el fotodocumentalista Adra Pallón preguntó a un viejo aldeano de El Courel “cúantos eran y cuántos habían sido en su aldea” —era su pregunta recurrente—, la respuesta le llegó como una revelación: “Aquí chegamos a ser dezaoito lumes (18 lumbres) e agora solo son eu”.

Lume, en gallego, es fuego y, por extensión, incendio forestal. Pero, ancestralmente, también era sinónimo de casa habitada. Explorar la polisemia, el poder evocador y la hondura del concepto, jugó a favor de un proyecto en el que, gracias a una Beca Joana Biarnés, Adra ya venía trabajando desde 2018, fotografiando aquellas aldeas en las que, desde la carretera, divisara al menos una columna de humo saliendo de una chimenea: era una casa con xente, una lume

Las imágenes de su proyecto evocan tantas vivencias que no necesitan pies de foto para explicarse. Pero sí es interesante apuntar otro concepto polisémico, fundamental para entenderlo bien: el desarraigo. Volvamos a la RAE: “Arrancar de raíz una planta”, “Extirpar hábitos o costumbres”, “Expulsar a alguien del lugar donde se ha criado”. Son tres acepciones de desarraigary las tres se dieron en las aldeas gallegas. Adra explica cómo el cambio de estructura territorial cambió, a su vez, el original paisaje en mosaico de huertas, pastos, robles y castaños —que era “el pan” de esas aldeas— por el monocultivo de pinos y eucaliptos, con fatales consecuencias en cadena: se desarraigaron árboles y cultivos, y con la precariedad que ello indujo, desarraigaron también gran parte de la población aldeana y su cultura milenaria. De su mano vino, además, una desgracia añadida: los incendios forestales. Pues la nueva masa forestal es mucho más densa, extensa e inflamable, y cuando arde, arde rápido y afecta a miles a hectáreas: “El fuego cambió de ubicación”, explica Adra. Pasó “de las casas al monte”, de estar asociado al hogar a estar asociado a la destrucción.

Este recorrido ―“el viaje más importante que hice en mi vida”― desembocó este año en el libro del proyecto: un trabajo que el propio Adra explica en el estupendo video que le hizo Sonda Internacional y que es a la vez “un grito y un homenaje” a los hombres y mujeres que, a pesar de que la vida les remó en contra, mantienen vivas esas lumes en sus aldeas. Quizá sea la última generación que lo haga.

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Fotografías y proyecto de Adra Pallón / Texto: Javier del Peral