La pandemia nos ha cambiado la vida: en unos casos, con aspectos nuevos e inesperados y, en otros, acelerando y amplificando tendencias que ya existían previamente. La covid-19 nos ha enseñado que somos sociedades ecodependientes, interdependientes y mucho más ignorantes de lo que pensábamos; y ha puesto en jaque nuestra economía, evidenciando hasta qué punto dependemos de la biosfera. Nuestra salud es una variable dependiente, en buena medida, de la del planeta, sobre todo para aquellos sectores que son más vulnerables. El desarrollo rural no es ajeno a estos cambios, incluso algunos de ellos pueden ser vistos como una enorme oportunidad.
Existen ya abundantes estudios que muestran la relación entre el deterioro de los ecosistemas y la pérdida de biodiversidad con la aparición de pandemias. A esto hay que sumarle que en el mundo mueren cada año siete millones de personas por la contaminación atmosférica, y que muchos de los contaminantes que se encuentran en el agua y la tierra entran en nuestro cuerpo a través de la alimentación. Esto no es nada nuevo, lo sabíamos y hoy se corrobora: nuestra salud depende de la del planeta.
La sostenibilidad ambiental por la salud del planeta es un imperativo especialmente importante en el medio rural, donde se concentran buena parte de los recursos que necesitamos para vivir: ríos vivos con agua segura y de calidad, tierras sin contaminantes que sean capaces de dar los alimentos más sanos, bosques que permitan regenerar el aire, captar CO2 y tener una atmósfera más limpia, etc. Todo ello, convertido, además, en generador de economías que permitan mantener la vida.
Si la interdependencia se ha mostrado a las claras en la esfera global, no debe ser menos en el ámbito local. Mirando a España, por ejemplo, el enorme desequilibrio de población que existe supone poner unos territorios al servicio de otros, de forma que unos se convierten en productores y otros, en consumidores. Si para los primeros son conocidos los problemas que esto acarrea, para los segundos no lo son menos, como se ha comprobado al ver la vulnerabilidad que supone, por ejemplo, carecer de medios para producir alimentos y depender del comercio con el exterior. En los peores momentos de la pandemia, ¿quién no ha pensado qué pasaría en los comercios de alimentación si hubiera que cerrar las ciudades a toda entrada de mercancía?
Finalmente, necesitamos más y mejor conocimiento que nos permita entender no solo el virus, sino también las carencias de una sociedad que han salido con fuerza a la luz cuando la covid nos ha puesto frente al espejo.
El desarrollo rural tiene ahí una enorme oportunidad para convertirse, en alianza con universidades y centros de investigación, en generador de un valioso conocimiento que permita poner en valor los beneficios que tanto el mundo rural como el urbano obtendrían de una política de equilibrio territorial.
El plan de recuperación aprobado en la Unión Europea, denominado Next Generation EU, hace de lo verde uno de los ejes transversales para modernizar la economía. El desarrollo rural tiene una enorme oportunidad de demostrar todo su potencial apostando por la sostenibilidad, creando alianzas de territorios para gestionar la interdependencia y redes que permitan tener más y mejor conocimiento. En ello, nos va la vida. A todos y todas.