Más de un tercio de la población mundial lo componen mujeres rurales. Según Naciones Unidas, representan el cuarenta y tres por ciento de la mano de obra agrícola y contribuyen a garantizar la seguridad alimentaria de sus comunidades y a luchar contra el cambio climático. La ONU denuncia la discriminación que sufren estas mujeres enfrentándose a barreras y normas sociales discriminatorias que hacen su labor invisible y a menudo sin remunerar. Como norma general, las campesinas están en peores condiciones que los hombres del campo y que las mujeres que habitan en áreas urbanas.
Según Naciones Unidas, acortar la brecha de género en el acceso a la propiedad de la tierra y a otros medios productivos supondría un incremento del veinte por ciento de la producción agrícola en África.
Pero no tenemos que irnos tan lejos para ver la discriminación y la brecha de género en el sector agrario. En España, a pesar de que la Constitución señala que todos somos iguales, la realidad nos muestra cada día que no es así.
Las cosas comenzaron a cambiar en el último tercio del siglo XX. El acceso a la educación ha sido una pieza clave. Primero con la enseñanza obligatoria para ambos géneros y luego con la ampliación de estudios, muchas mujeres salieron de los pueblos para estudiar en la Universidad. Y allí se titularon en Medicina, Farmacia, Economía, Veterinaria o Ingeniería Agrónoma. Luego decidieron volver a casa y hoy se han ganado un puesto en la sociedad rural. Ellas son técnicas de las cooperativas o de las organizaciones agrarias, o gestoras, veterinarias, enólogas, médicas, boticarias, entre otras profesiones.
Su vuelta al medio rural, tras haber vivido y estudiado en ciudades, ha provocado un cambio sustancial en estas sociedades. Ellas han vuelto para quedarse y lo han hecho por la puerta grande. Son independientes económicamente y esto les proporciona un estatus diferente. Además, se han convertido en un referente para las niñas.
La sociedad rural sigue estando masculinizada y los avances no son fáciles. Las mujeres rurales no se rinden. A través de sus asociaciones reclaman una igualdad real, que les permita desarrollarse como personas con los mismos derechos que los hombres. Son emprendedoras y buscan nuevos nichos de empleo; verdaderas impulsoras del turismo rural que tanto ha dinamizado la economía de muchas comarcas españolas y que repercute de manera muy positiva en la promoción y venta de productos locales. Ayudan a crear y mantener muchos puestos de trabajo y dan a conocer sus pueblos desde la proximidad.
A lo largo de los últimos veinte años he tenido el privilegio de conocer a muchas mujeres que viven y trabajan en el medio rural. Muchas de sus quejas se han mantenido en el tiempo. A la discriminación ya aludida se suman los problemas por falta de infraestructuras y servicios en algunos pueblos pequeños.