Los más de 3.000 documentales que Eugenio Monesma ha grabado en cuatro décadas de trabajo conforman uno de los corpus audiovisuales etnográficos más importantes de España. En un lugar destacado de este conjunto está Oficios perdidos, que RTVE emitió en los años 90. Pero el área de acción del director oscense abarca todo el acervo rural, desde la gastronomía —su serie Fogones tradicionales, de Canal Cocina, es una de las de mayor audiencia de este medio— a las leyendas, las fiestas o las técnicas de construcción artesanas. En algún caso su cámara ha rescatado saberes que estaban en riesgo de perderse.
La de Monesma es, además, una mirada limpia: no hay la menor huella de sentimentalismo o dramatización en sus documentales; no es necesario. Siempre atento a encauzar la narración en las voces de sus protagonistas, aflora de forma natural un sobrio humanismo: “Yo siempre he valorado muchísimo a los practicantes de estos oficios”, declara, “que a veces se sentían inferiores, por dedicarse a unos trabajos secundarios, de pobres; yo conseguía que se sintieran protagonistas, que vieran que su oficio había sido muy importante”. Otro recurso confeso: rodar “en convivencia con ellos”. “Al dormir en la choza del carbonero o ir de trashumancia con los pastores sale más información, las anécdotas surgen”.
Toda esta producción es casi inabarcable. En estas páginas cabe una pincelada de imágenes y enlaces a los correspondientes videos, que Monesma lleva un año subiendo a su canal de YouTube. Una colección de labores, acentos y formas de estar y vivir que revelan la importancia de la memoria, su valor inspirador.
Joaquín Sirvent, uno de los últimos caldereros de España, empezó a trabajar el cobre para hacer ollas y otros utensilios con ocho años. Sus martillos, yunque o el mismo taller rondaban dos siglos de servicio.
La pertinaz lluvia gallega motivaba la necesidad de piezas para el resguardo de cuerpo, cabeza y piernas; hechas con “xuncos do mes de xullo, que son mais bonitos que os de agosto”.
Transformar leña en carbón vegetal es un proceso de varios días, sujeto a muchas variables que carboneros como Hilario Artigas debían controlar para que la madera cociera “sin quemarse”.
En estos hornos del pre-pirineo oscense, a bóveda abierta, las piezas se colocan por tamaños, boca abajo, para que les entre humo y llamas y cuezan correctamente.
En La Gomera se conserva una técnica alfarera que moldea a mano el barro, mezcla de arcilla y arena volcánica, cuando ya está “amorosito”; y es reforzado luego con “almagre”, un lodo rico en óxido de hierro.
Dos vecinas de San Juan de Plan (Huesca) separan la fibra de la borra en el rastrillo o “rebús”. Es solo una más de las labores del ciclo del cáñamo, entre la siembra y la elaboración de hilo.
Alfredo Andreu aprendió la profesión en la barbería de su padre, en Alacón (Teruel). A la vuelta del campo “se afeitaba todo el mundo, cada quince días”.
Los fríos parajes de Monasterio de la Sierra (Burgos) acogen estas colmenas en los troncos vaciados de sus robles. Teodoro y Victoria las mantienen con modos que heredaron de anteriores generaciones.
Monesma ha documentado técnicas constructivas en desuso, como las de los tapiales, ayudando a su recuperación; o históricas, como en esta recreación de cabañas de la Edad del Hierro.